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A mediados del siglo pasado vivía en Rionegro un ciudadano de nombre Joaquín, que se desempeñaba como vendedor de lotería en las calles. Durante un delirio pasajero originado por un golpe en la cabeza, le dio por solicitar agua en voz alta. Con este accidente callejero comenzó una larga pesadilla para Joaquín, ya que los vagos y patanes le gritaban “agua”, lo cual enfurecía al lotero, quien les arrojaba piedras. Pasaron quince años de provocaciones y de respuestas con piedras, hasta que el ya apodado Agua tuvo que emigrar a Medellín con el fin de evitar un infarto fulminante por causa de la ira que nunca supo controlar.
Por: Ramiro Ríos Rincón
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