Rionegro es un lugar que acuna grandes historias, personajes importantes y un invaluable
patrimonio. La Casa de la Convención es sin lugar a dudas uno de sus más grandes tesoros.

El entramado de sucesos e historias que se entretejieron al caer las tardes en este lugar, son la piedra angular de la historia de la ciudad y forman parte de la consolidación de Colombia como nación libre. Se destaca entre todos los eventos, la carta de la constitución celebrada y firmada allí en el año de 1863.

La casa es en sí misma una obra de arte. Al ingresar se puede apreciar un hermoso jardín
colonial, con una fuente en el centro que emana agua sin cesar y recrea una atmósfera de paz y tranquilidad. Sus grandes puertas verdes son la antesala a enormes salones espaciosos que albergan al buen resguardo del tiempo maravillosas historias.

En una de estos salones podemos apreciar bajo el cobijo de la luz amarilla de un candelabro antiquísimo, los retratos inmortalizados de algunos personajes ilustres de Rionegro. En otra salón aledaño encontramos una especie de armatoste metálico que tiene la apariencia de un caballo y sería la primera imprenta de Rionegro; esta estructura se encuentra custodiada por la mirada fija y eterna de algunos escritores y poetas destacados de la región en el siglo XIX y XX.

Los accesorios, los prototipos de letras de la imprenta, las primeras hojas de variedades
y los primeros diseños de las revistas, sobresalen durante toda la exposición y recrean un
panorama de las dinámicas cotidianas de la época. Saliendo de este salón y dirigiendo la
mirada a un costado de la casa, sobre uno de los corredores, se puede contemplar, como si
estuviera enquistado en el tiempo, un carruaje propio de la época que se cansó de recorrer las calles empedradas y se convirtió en uno de los símbolos más importantes del lugar.

Las sillas, las poltronas viejas y las salas coloniales de la casa inmediatamente envuelven a
cualquier visitante en un halo de fascinación, matizado con un sentimiento de nostalgia y
añoranza por el pasado. Si se dispone la imaginación se pueden recrear las conversaciones,
las cenas, los bailes e inclusive las disputas que pudieron ocurrir bajo el amparo de la luz de la luna, hace tanto tiempo, en este prodigioso lugar. El solo hecho de estar parado sobre un piso virgen de más de doscientos años de antigüedad, emociona y conmueve hasta el más escéptico.

La casa de la convención ha permanecido allí, estoica e inmutable, testigo silenciosa de los
años y las generaciones, de los caminos de herradura y la conquista humana. Esta seguirá allí y no sabrá que nos hemos ido.

Simón Vargas