La selva amazónica, uno de los ecosistemas más importantes del planeta, se encuentra en el centro de una nueva disputa global por sus riquezas naturales: el petróleo y el gas.
En los últimos años, la Amazonía se ha convertido en un foco de atención para la industria petrolera mundial. Entre 2022 y 2024, aproximadamente el 20% de las nuevas reservas globales de combustibles fósiles fueron descubiertas en esta región, especialmente en las costas de Guyana y Surinam. Se estima que solo en esta zona hay alrededor de 5.300 millones de barriles de petróleo equivalente, de los cerca de 25.000 millones encontrados globalmente durante ese mismo periodo.
Este crecimiento en los hallazgos de hidrocarburos ha desatado un debate urgente sobre el impacto ambiental y social que podría traer una expansión de la actividad petrolera en una de las regiones más biodiversas y vitales del planeta.
Un tesoro en riesgo
La Amazonía, conocida como el “pulmón del mundo”, genera el 20% del oxígeno que respiramos y alberga el mayor ecosistema del planeta, con una extraordinaria variedad de fauna y flora. Su cuenca se extiende por más de 7 millones de kilómetros cuadrados, abarcando territorios de nueve países sudamericanos. Solo la porción que pertenece a Colombia tiene una extensión de 109.665 km² y limita con los departamentos de Caquetá, Vaupés y Putumayo.
Sin embargo, los recientes hallazgos petroleros amenazan con alterar gravemente este equilibrio natural. Según el proyecto periodístico “Hasta la última gota”, que investiga la expansión petrolera en la Amazonía, cerca del 90% del territorio guyanés cubierto por selva amazónica está en riesgo por actividades de extracción. El reporte también alerta que en esta región existen 81 bloques petroleros con concesiones dentro de 441 tierras ancestrales, y otros 38 que cruzan el límite de 61 áreas de conservación natural.
¿Quién gana con el petróleo de la Amazonía?
A pesar de la riqueza que representa el petróleo, sus beneficios no llegan a las comunidades amazónicas. Según los investigadores del proyecto, la región “difícilmente ve los beneficios de su explotación”, y gran parte del crudo extraído termina abasteciendo a economías extranjeras. Esto ha generado daños profundos: deforestación, contaminación de aguas, pérdida de biodiversidad y el desplazamiento de comunidades indígenas.
Además de los efectos ambientales, el auge petrolero también trae consecuencias económicas complejas, como el aumento de la inflación y mayores niveles de desigualdad social en los países productores.
Un llamado a la conciencia global
La paradoja es evidente: mientras el mundo busca alternativas sostenibles para combatir el cambio climático, uno de sus principales pulmones naturales es intervenido para explotar recursos fósiles no renovables. El petróleo, que tarda millones de años en formarse, se consume a una velocidad que amenaza con agotar no solo sus reservas, sino también los ecosistemas que lo albergan.
La Amazonía está en la mira del mundo. Y su destino, más que una cuestión energética, es ahora una cuestión de supervivencia.