La Escombrera, en el corazón de la Comuna 13 de Medellín, ha sido durante años un terreno cargado de silencio y dolor. Según la Unidad para las Víctimas, allí podrían yacer los restos de hasta 500 personas, víctimas de una de las etapas más violentas de la historia reciente de la ciudad.
Enclavada en San Javier, esta montaña de escombros es vista por muchos como un testigo silente de las disputas entre paramilitares, guerrillas y grupos criminales que, a comienzos de los 2000, hicieron de la Comuna 13 un territorio impenetrable. Operaciones militares como Orión y Mariscal, realizadas en 2002, marcaron el punto álgido de una supuesta pacificación que, según expertos, tuvo un costo humano altísimo.
Alias “Don Berna”, exjefe paramilitar, ha señalado que estos grupos realizaban labores de inteligencia para identificar supuestos integrantes de las guerrillas, mientras el Ejército y la Policía ejecutaban los operativos. Estas acciones dejaron tras de sí una estela de desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales que hoy resuenan con fuerza en las voces de las víctimas.
Tras 22 años de búsqueda, los primeros restos óseos han salido a la luz en La Escombrera. Estos serán entregados al Instituto de Medicina Legal para su identificación, mientras que 10 militares han sido llamados a declarar ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
Para las familias de las víctimas, la verdad es una demanda inaplazable. “Ni miles de toneladas de tierra pueden enterrar la memoria de nuestros seres queridos”, afirman con esperanza. La Escombrera, ese testigo callado, comienza a hablar y con ello se abre un nuevo capítulo en la lucha por la justicia y la reconciliación.